Tambores, danza y rebeldía en Santiago de Chile

Para la Escuela Carnavalera Chinchintirapié, la fiesta y la lucha se unen en las calles.

Tambores, danza y rebeldía en Santiago de Chile
Los y las integrantes de la escuela carnavalera Chinchintirapié lucen imágenes de los desaparecidos en su vestimenta. Santiago de Chile, 13 de enero 2024.

Esta historia se publicó originalmente en Ojalá.

SANTIAGO DE CHILE.– Mientras caía la noche de un miércoles caluroso de enero, el sonido de las trompetas y tambores llamaban a los residentes del Barrio Yungay de Santiago de Chile. Los residentes salieron de sus casas y encontraron a unas decenas de personas bailando una coreografía con pasos de cumbia, seguidas por filas de músicos tocando percusiones, instrumentos de viento y acordeones.

Un séquito de figurines enmascarados bailaba alrededor de la comparsa, sus cráneos distorsionados en sonrisas exageradas. Una novia calavera sopló besos a los transeúntes y luego se ocultó detrás de un árbol para sorprender a un grupo de niños. Un niño pequeño gritó de emoción.

El tiempo lo marcaban los tambores de los “chinchineros”: percusionistas que llevan un bombo atado a la espalda, rematado con un platillo que tocan con una correa sujeta al pie, un oficio heredado por generaciones. Así, la Escuela Carnavalera Chinchintirapié invitaba al barrio al Carnaval de La Challa de ese sábado. 

Cuando la Chinchintirapié sale a las calles, trae algo más que canciones y bailes: reivindica el legado de resistencia que las instituciones de Chile están decididas a borrar. Siguen los pasos de Violeta Parra y Víctor Jara. Bordan en sus ropas parches con los rostros de los desaparecidos y los nombres de activistas asesinados, como la defensora de la tierra mapuche Macarena Valdés, quien fue asesinada en 2016, después de protestar contra una planta hidroeléctrica. 

Un figurín de la Escuela Carnavalera Chinchintirapié juguetea con los transuéntes. Santiago de Chile, 13 de enero 2024.
Los figurines del Chinchin llenan las calles con juego y sátira. Santiago de Chile, 13 de enero 2024.

Una fila de niños se reunió para admirar el desfile en una barda afuera de un alto edificio de apartamentos. Vitoreaban y aplaudían; los carros detenidos en el cruce tocaban el claxon en señal de aprobación. Al caer el sol, el grupo regresó a la escuela donde había comenzado el desfile. Una mujer anciana con falda larga acompañó a la comparsa durante todo el camino de vuelta. “Chao, mi niña,” le gritó a una figura esquelética vestida de madre. “¡El sábado, el sábado!”

“¡Adiós, esqueleto, nos vemos el sábado!”, gritó una niña.

Los inicios

Rosita Jiménez es una mujer esbelta con cabello largo y ojos brillantes. Esta mujer de 50 años fundó, junto con otros artistas y músicos, la Escuela Carnavalera Chinchintirapié en 2006. Bailarina y trabajadora social de profesión, se interesó por el carnaval latinoamericano en la década de los 1990. Entonces, estudiaba danza africana y trabajaba en La Pincoya, un barrio de la periferia de Santiago. Fue en la época de la llamada transición a la democracia, cuando Chile vio el nacimiento de un movimiento de circo callejero, que creció con los años y de las primeras compañías de tambores brasileños, también llamadas batucadas. La Pincoya fue una de las primeras comunidades que inició su propio carnaval. 

El carnaval llevaba casi dos siglos reprimido en Chile. Prohibido. Aunque la celebración llegó al país en la época de la colonia, desde 1816 el Gobierno chileno la tildó de promotora del “desorden y la suciedad” y acabó con la fiesta popular. Eso apartó a Chile de las tradiciones carnavalescas del resto de los países del Cono Sur, con excepción de las fiestas de Carnaval de las ciudades norteñas de Iquique y Arica, que eran parte de Perú cuando el Gobierno chileno mandó a parar. La fragilidad de las fronteras hizo que mantuvieran sus carnavales andinos.

Al conocer el Carnaval de los países vecinos, Rosita Jiménez se enamoró de cómo la fiesta unía a esas comunidades. Ella vio el hilo invisible que emparenta a las Escolas do Samba de Salvador de Bahía, en el nordeste brasilero; con las danzas andinas del alto en Iquique y los saltos que caracterizan a las murgas del Conurbano bonaerense, en Argentina. Vio cómo, cada celebración reforzaba la identidad cultural y la historia del lugar que la había parido. Jiménez entendió entonces que tenía que crear una comparsa, que evocara una identidad chilena popular, eso que el Estado había prohibido.

La escuela carnavalera Chinchintirapié reivindica la tradición los chinchineros, músicos que tocan a menudo en las calles de Chile. Santiago de Chile, 13 de enero 2024.

Durante sus años de estudios formales de danza, Jiménez apenas había cursado un semestre de danza folclórica de su país. Hasta donde ella sabía, el centro de Chile no tenía un equivalente a la pureza de los tambores afro brasileños o las flautas andinas, entonces, se preguntó: ¿cómo crear una comparsa mestiza-chilena?

La respuesta le llegó una tarde en la Plaza de Armas de Santiago, justo antes del Día de la Independencia, el 18 de septiembre, cuando una familia de chinchineros tocaba en la plaza y la policía los obligó a parar. Jimenez vio en el chinchinero censurado por carabineros en vísperas de las fiestas patrias, cómo se repetía la prohibición originaria. “Ese es el tambor que tenemos que retomar,” pensó. 

Una beca gubernamental les permitió financiar el inicio de la Escuela Carnavalera. El nombre “Chinchintirapié” viene de la jerga chinchinera: llaman tirapié a la correa que une su pie con los platillos. El ritmo del chinchinero marcaría el paso de la comparsa, un homenaje a la familia reprimida de tocar en la fiesta patria.

El carnaval como resistencia

Más de 30 estudiantes, músicos y artistas respondieron a la convocatoria abierta para participar de la Escuela, quienes debutaron en el carnaval de Mil Tambores, de Valparaíso, en septiembre de 2006. Dieciocho años más tarde, la “Chinchín”, como el grupo se bautizó, toca un amplio repertorio de música latinoamericana, desde cumbia hasta cueca y reggaetón. 

La Escuela está organizada en comités y cuerpos de músicos, bailarines y figurines. Siguen un riguroso calendario de ensayos y se reúnen hasta tres veces por semana durante la temporada de carnaval. Nadie paga por participar; cualquiera puede unirse y todas las decisiones se toman en asamblea.

Los vecinos se unen al desfile del Carnaval de la Challa. Santiago de Chile, 13 de enero 2024.

“Haces mucho trabajo gratis. La gente que está ahí, quiere estar,” dice Clau Quipin, quien se unió a la “Chinchín” en 2012 como figurín y ahora baila: “Es súper subversivo. El carnaval siempre lo ha sido.”

La línea entre la fiesta y la lucha se suele borrar. Salen a zonas donde los residentes tienen poco acceso a la música y la cultura. "En muchos de los lugares donde tocamos, es la primera vez que los niños escuchan un bronce," dice Magín Moscheni Sossa, quien se unió a la escuela como figurín el año que se fundó.

La comparsa dejó atras confeti y volantes con la foto del preso político Francisco Solar. Santiago de Chile, 13 de enero 2024.

Además de las celebraciones de carnaval, el grupo toca en protestas, marchas y otros eventos comunitarios. Cada mes de junio participan en la celebración del solsticio mapuche We Tripantu. Han enfrentado represión en varias ocasiones. Durante una marcha del Día del Trabajo, la policía los acorraló en la Alameda: “Estábamos súper articulados y se empieza a decir, ‘¡sostengan, no provoquen, sostengamos!’”, recuerda Moscheni. “El piquete de carabineros se fue. No supieron qué hacer con nosotros. Estábamos bailando y vestidos muy bonito, y se fueron.” 

En otras ocasiones no tuvieron tanta suerte: han enfrentado gases lacrimógenos y cañones de agua; algunos, incluso, han sido detenidos por bailar y cantar en público. "Exponemos nuestro cuerpo," dice Moscheni. “El figurín se vuelve un cuerpo compartido que entregas a la calle.”

La Challa
El sábado por la tarde, cuando se acercaban las seis de la tarde, los vecinos inundaron la acera frente al Colegio Alemán. Venían armados de bolsas de confeti para arrojar al paso de las comparsas, las bandas musicales, las agrupaciones de samba, los bailarines de tinku andino y los caporales bolivianos, con vestidos de lentejuelas. Una niña pequeña con una falda de tul atacaba desde su rincón, lanzando serpentina en aerosol al aire.

La Chinchintirapié, vestida con sus galas de colores rojo y negro, cerró la procesión. Los esqueletos se abalanzaban sobre las cabezas de la gente, que se reía y les seguía el juego. A medida que la Comparsa avanzaba, la gente se sumaba desfilando detrás. También cantaron a los gritos el coro de “Arauco tiene una pena,” la poética y política canción de Violeta Parra. Cuando cayó la noche, el sonido del bombo chinchinero resonó su ritmo ancestral y rebelde en cada esquina del Barrio Yungay.

Los músicos de la Escuela Carnavalera Chinchintirapié tocaban hasta que cayó la noche. Santiago de Chile, 13 de enero 2024.